Las bombillas del espejo están apagadas, en la mesa hay cremas para cara y fijador para peinar; hay labiales, lápiz de ojos y lociones importadas. Un vaso con agua tiene en el borde marcas de labial, un hermoso arreglo de rosas rojas adorna la mesa y un cepillo con rastros de pelo café completa el cuadro. En el diván hay un vestido rojo con lentejuelas y sobre el tapete de terciopelo unos zapatos de tacón muy alto. En el perchero móvil se aprecian estolas de plumas y llamativos vestidos de diversos colores, vestidos cortos, vestidos largos, de lentejuelas y finas telas. Afuera se escucha gran ajetreo, murmullos, pasos y taconeo. De pronto, un objeto de vidrio cae al suelo y se rompe, una voz firme regaña, mientras una quebradiza voz se disculpa. Una ovación aclama pero no se entiende nada; de repente, silencio absoluto por varios segundos, luego un sonido de amplificador que se conecta y de nuevo una gran ovación. El bajo empieza con picarescas notas seguido de la batería y la guitarra, una hermosa voz fémina empieza a cantar y miles de gritos a lo lejos se escuchan. Una, dos, tres canciones, la quinta fue genial, pero al llegar la última la noche ha caído ya. Los instrumentos cesan y la bella voz da las gracias mientras los gritos la aclaman. Suena la perilla y se abre la puerta, la bella cantante entra y se sienta.
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